jueves, 27 de noviembre de 2008

Proteger la alegría



Quiero proteger las alegrías
de todo aquello que las opaque,
que las diluya o les quite color…
Quiero aprender a cuidar,
no solo de mí, sino de aquellas cosas
que poco a poco se construyen.
Cuidar de vos, cuidar de ellos…
Cuidar las sonrisas que se sienten con
el alma y el cuerpo.
Quiero dejar afuera lo que me daña
y no permitir nunca que dañe esta alegría
No permitir nunca que eso te toque.
No dejar jamás que lo que me lastimó
continúe lastimando las cosas por las que
quiero seguir luchando.
Quiero poder.
Y quiero seguir eligiendo siempre,
ser feliz…

27/11/08

Más allá de las cursilerias, hoy decido que nada de aquello va a contaminar esto…
Nuevamente aprendo con los niños, hoy los escuché cantar “quiero llevar todas las cosas que me hacen bien, quiero dejar todas las cosas que me hacen mal…” Y yo, como ellos, también quiero…

Fer

sábado, 15 de noviembre de 2008

Aprendiendo de la infancia XIV

Los recuerdos de juego de abuelos inmigrantes que recopila Víctor Pavía rescatan “historias de vida diminutas, como fotografías habladas”, que hablan a la vez de una amplia realidad...



DE SU MANO EL JUEGO

El momento inolvidable de mi infancia empezaba a las dos de la tarde, cuando mi abuelo nos reunía para ir a juntar leña al cerro. En hilera, como patitos detrás de la pata, subíamos. Al llegar, lo urgente sería juntar la leña y apilarla en montones, luego comenzaría el ritual. Primero se limpiaba el lugar de juego. El abuelo tomaba un puñado de ramas y comenzaba a barrer el suelo hasta que la tierra quedaba límpida, entonces el juego llegaría de su mano. Con su experiencia elegía las mejores piedras para la payana. Nos dividía y le repartía piedritas a cada grupo.

Después de la payana llegaba la ronda. Nos tomábamos de la mano y el juego comenzaba cuando el abuelo se ubicaba en el centro y su cantar en mapuche nos invitaba a girar. El canto y el baile se hacían presentes, mientras la risa se mezclaba con la ronda. El abuelo parecía un niño más. Sin embargo, había días que llevaba la tristeza en sus ojos y el cantún se hacía eco en el cerro. Entonces comprendíamos que era necesario dejarlo solo.

Cuando llegaba el momento de bajar, recogíamos la leña apilada y la poníamos al hombro. Al descender alguno se subía a caballito del abuelo y otro bajaba dando vueltas carneros. Si la imaginación nos daba otro empujón se nos ocurrían nuevas formas de bajar.

Y antes que la noche se metiera en nuestra piel llegábamos a casa, listos para la cena.

Rosalía Ñancupe de Puel nació en Cajón del Manzano, zona de precordillera en el centro oeste de la provincia argentina del Neuquén. Creció en la comunidad mapuche Millaín-Morales. La comunidad vivía de la cría de animales y el tejido artesanal. Rosalía permaneció en Cajón del Manzano hasta la muerte de su padre, momento en que junto con su madre y un hermano mayor, emigraron a Cipolletti, ciudad ubicada en la región del Alto Valle del río Negro y Neuquén, en la provincia de Río Negro, en la república Argentina. Allí se casó y tuvo siete hijos. Actualmente, con setenta y dos años, trabaja como profesora de telar

De voces y escenarios- Educared